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Opinión

Adiós a la fotografía

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Lejos de ser un clickbait, siento que se está perdiendo el concepto más puro de la fotografía. Los fabricantes de cámaras fotográficas han prostituido su negocio hasta llegar a burlarse del consumidor. ¿El resultado? Cada vez vemos menos cámaras en las calles. En su lugar, los smartphones han ocupado el lugar tradicional de las cámaras fotográficas. Y lo siento, pero –para mí– con un teléfono móvil no se hacen fotos. Se capturan y “cocinan” imágenes. De ahí mi adiós a la fotografía.

El timo de los materiales

Cuando Canon y Nikon empezaron a fabricar sus cámaras réflex y zooms de gama más baja en plástico sentí que algo empezaba a oler mal en Dinamarca… Y también en el resto del Globo. La industria fotográfica, a diferencia de las décadas analógicas doradas, pretende tener beneficios al recortar en gastos. Otra de las magníficas ideas de los hijos de las escuelas de negocios que han llevado al borde la ruina a la industria fotográfica. Responsables de marketing y ventas a quienes les da igual vender cámaras fotográficas como latas de sopa.

Adiós a la fotografía Plástico

Y no, el plástico (polímero, como pretenden que llamemos al plástico) sólo se utiliza porque es mucho más barato que el metal. Por eso me parece una tomadura de pelo y un abuso utilizar materiales plásticos en la construcción de cámaras y objetivos que cuestan miles de euros. Por mucho que quieran convencernos que los materiales plásticos son más resistentes que el metal, por qué los grandes teleobjetivos siguen fabricándose en metal y no en plástico?

La (falsa) carrera del píxel

La primera cámara digital que probé (marzo de 1996) fue una Casio QV-10, un modelo que ofrecía 320×240 píxeles. El ruido de sus fotos era ensordecedor y la calidad de imagen, pésima. Era lo máximo que podía ofrecer la tecnología de consumo en aquella época. A partir del inicio del Siglo XXI, los fabricantes de cámaras digitales empezaron una carrera en ofrecer el mayor número de píxeles. El sensor Micro 4/3 llegó a los 18 Megapíxeles, el APS-C a 24 MP y los sensores full frame a 42 millones de píxeles. Eran cifras completamente absurdas para colgar fotos en Facebook o Instagram. Cifras que se mantuvieron tranquilas hasta la nueva carrera del píxel, donde algunas cámaras con sensor de formato completo superan los 60 Megapíxeles. Más de lo que ofrecen la mayoría de cámaras del mal llamado formato medio.

Adiós a la fotografía Sony A7R IV

¿Necesitamos tanta resolución? ¡NO! Rotundamente no. Ni siquiera la mayoría de profesionales necesitan tanta resolución, porque ya apenas quedan revistas en las que imprimir a gran tamaño. La práctica totalidad de las fotografías realizadas por un profesional acaban en la web, donde se muestran a resoluciones comprendidas entre 72–120 dpi. En el caso del aficionado, aún es más flagrante. La mayoría de las fotografías disparadas por el segmento aficionado acaba en discos duros o en redes sociales, como Instagram. El tamaño de las fotos en Instagram es mínimo. ¿Resultado? Los fabricantes de discos duros y sistemas de almacenamiento aplauden cada vez que un fabricante anuncia una mayor resolución.

La estafa de los influencers

Que el departamento de marketing de un fabricante de cámaras fotográficas confíe en que influencers que anuncian desde maquillaje y cupcakes a ropa o una bebida energética les hagan vender sus cámaras no sólo es absurdo e irracional, sino que ha llevado a la industria fotográfica a su peor crisis de la historia. A la hora de decidir qué cámara comprar, de verdad esos iluminados de escuelas de negocios piensan que la foto de una influencer con una cámara en sus manos (por más millones de seguidores que tenga) decantará la compra en favor de esa cámara? Eso contando que todos esos seguidores sean reales y no comprados, que suele ser muy habitual entre esta lacra.

Propaganda vs. información

Con la aparición del concepto influencer, los fabricantes de cámaras han dado la espalda a la mayoría de medios especializados. De la decena de revistas de fotografía que se vendían en España, hoy tan sólo la Revista FV desafía “ahora y siempre al invasor”. Si en Astérix el invasor eran las legiones romanas, hoy los invasores son la estupidez de confiar en unos personajes sin credibilidad ninguna y –en especial– el miedo de los fabricantes a la información. Personalmente, me he encontrado con marcas molestas porque critico la calidad de construcción de cámaras y objetivos que cuestan miles de euros y están fabricadas en materiales plásticos.

Crear la necesidad de comprar en lugar de fabricar buenas cámaras

En la época dorada de la Fotografía (1960-2000) los departamentos de marketing estaban formados por profesionales que amaban la fotografía. Hoy en día, los profesionales de las escuelas de negocios venden tanto cámaras como helados. Un helado dura apenas unos minutos y éste es un símil muy adecuado a lo efímeras que son hoy las cámaras fotográficas. Modelos como la Nikon FM2 llegó a durar tres décadas en el mercado. Eran modelos bien fabricados, con excelentes materiales de construcción, a los que sometían a estrictos controles de calidad.

Hoy, el control de calidad lo realizan los consumidores. Si antes éramos aficionados y profesionales. con la llegada de la fotografía digital pasamos a ser usuarios, para acabar siendo hoy consumidores. Las cámaras hoy son simples electrodomésticos de consumo y los fabricantes se han dedicado más en crear la necesidad de comprar que en desarrollar buenas cámaras. El mercado cada año presenta modelos innecesarios, que apenas aportan novedades importantes, respecto a las cámaras ya existentes. Es éste uno de los puntos que ha abierto las puertas a la mayor crisis en la historia de la fotografía: la necesidad de lanzar cada año nuevos modelos.

Nubes oscuras nos impiden ver

El futuro de la fotografía, tal como la hemos conocido hasta hoy, es muy oscuro. Casi negro. El grueso de la población ha olvidado la cámara y ha convertido al smartphone en la herramienta con la que hacer fotos. La calidad de las imágenes de los teléfonos móviles actuales es más que suficiente para subir las fotos a redes sociales como Instagram o enviar a familia y amigos las imágenes de nuestras vacaciones. El precio de los mejores smartphones supera con creces los 1.000 euros, algo que –en tiempos de crisis– es un obstáculo más en la venta de cámaras fotográficas.

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